miércoles, 29 de diciembre de 2010

HISTORIAS DE TILCARA II


En el corazón de la quebrada de Humahuaca, Jujuy,
un puñado de personajes
y circunstancias pintan un paisaje diferente,

pero tan entrañable
como el pueblo en el que conviven

Santos Manfredi, el llamero amable

Al entrar desde la ruta 9 al pueblo de Tilcara, punto de partida esencial para recorrer la quebrada de Humahuaca, una de las primeras cosas que se ven es un cartel amarillo con las siluetas de un hombre y una llama. Parece una señal de tránsito indicando la circulación de camélidos, pero es en realidad la publicidad de algo denominado caravana de llamas.

Detrás del cartelito está Santos Manfredi, porteño de 41 años radicado desde hace una década en Jujuy. Un ex ala de Alumni e instructor de esquí que tuvo su emprendimiento de venta de verduras orgánicas a domicilio hasta que se fundió y cambió Barrio Norte por la Quebrada, donde vivía su hermana Luz, dueña de un conocido hotel.

En su nueva vida, una caravana de oportunidades lo condujo a quedarse un buen día con un corral de llamas. Pero en lugar de criarlas por su lana o su carne, Santos se dedicó a domesticarlas. Varios años de paciente observación, ensayo y error le valieron para desarrollar un sistema propio emparentado con la doma racional de caballos de Martín Hardoy, totalmente contraria a los castigos y el sometimiento del animal.

"La idea era recuperar el uso de la llama como animal de carga, propio de la región, pero perdido a partir de la llegada del español y los caballos", explica Manfredi, sentado en una silla de camping frente a una copa de vino rosado salteño, un sándwich gourmet y frutillas en plena Garganta del Diablo, espectacular fenómeno geológico en el patio de atrás de Tilcara.

El picnic sibarita es la recompensa después de horas de caminata en una de las caravanas turísticas con las que Manfredi y sus 25 llamas encontraron una impensada salida laboral. Son trekkings que pueden variar de paseos de media jornada a desafíos físicos de cinco días (Salinas Grandes, Yungas, Tumbaya), con la particularidad de que cada participante conduce un animal, que a su vez transporta un par de alforjas con equipo y provisiones.

Una idea simple, original y muy fotogénica, con tal éxito que ya emplea a cinco personas y ha sido recomendada, por ejemplo, en la influyente guía Lonely Planet.

Para las salidas largas, el 70% de los clientes son extranjeros, sobre todo franceses. Los argentinos se animan más a las caravanas cortas. "Se forman parejas según personalidad -dice el rugbier convertido en llamero, sobre caminantes y llamas-. El más lanzado con la más temperamental, el más tímido con la más tranquila..." La preocupación de todos, reconoce, es si sus llamas... escupen. "Y, a veces sí. Pero en general te das cuenta de que están por hacerlo y tenés tiempo de correrte", dice antes del último sorbo de vino y de seguir la marcha entre esos espectaculares colores de la Quebrada que le cambiaron la vida.

www.caravanadellamas.com.ar

Andrés Carrillo, el anfitrión nómade

Hace un par de años, Andrés Carrillo trabajaba en un hotel de la isla de Curaçao, colonia holandesa en el Caribe sur. Algo que no había imaginado antes, cuando se desempeñaba a bordo de cruceros de la compañía Carnival. Ni cuando atendía a los huéspedes en el lobby de un cinco estrellas en Cleveland, Estados Unidos. Ni cuando pasó aquella temporada laboral en El Calafate. Ni cuando estudiaba hotelería en Suiza.

Hoy, después de pasar por todas esas demandantes posiciones, este porteño nómade pasa sus días en otro lugar que tampoco había imaginado: Tilcara.

En un radical cambio de ritmo, Carrillo, de 37 años, asumió meses atrás la gerencia de un nuevo pequeño hotel, Patio Alto, justamente en la parte alta del pueblo. "Tuve una reunión con los dueños, una pareja de Buenos Aires que se enamoró de Tilcara cuando vino a hacer trekking. Y aunque no estaba en mis planes, no pude rechazar la propuesta", cuenta hoy, tomando un té de coca sentado junto a la mejor ventana del hotel, que parece enmarcar una pintura hiperrealista de la descendente calle Alverro.

La misión era poner el proyecto en marcha, desde la inauguración. "Cuando acabábamos de abrir se hizo el recital de Divididos, por lo que Tilcara se llenó de gente y estuvimos a full -recuerda Carrilló del gran debut-. Ahora estamos establecidos, pero no nos quedamos: empezamos a ofrecer un servicio de cocina que antes no teníamos." Después del soft opening (no tan soft ), la inauguración oficial llegó en agosto último, con el ritual de la Pachamama y un baño de incienso y pupusa por las siete habitaciones de hotel y los tres cuartos tipo hostel.

Anfitrión de alma, Carrillo es capaz de guiar al visitante por las callecitas del pueblo o hasta el Pucará de Tilcara con la misma familiaridad con la que antes anduvo por Curaçao, Ohio, El Calafate o las cubiertas de un cinco estrellas flotante.

www.patioalto.com.ar

Miguel Llave, el sikurista jazzero

Fueron 25 años de lo que él llama autoexilio cultural, pero acá está, de vuelta en la casa de los abuelos. Miguel Llave, músico tilcareño, en 1985, durante una gira por Francia, decidió que París era el lugar más propicio para desarrollarse. Y ahí se quedó. Primero haciendo música andina, pura. Después, pronto, mezclándose con artistas locales y extranjeros de paso.

Así tocó con pianistas jazz, con percusionistas marroquíes, con rockeros armenios... "Si para mí Buenos Aires era una aventura, Europa era Júpiter", recuerda hoy. En intensas noches de música y bohemia por Montmartre, Llave inventó, sin darse cuenta, el sikuris jazz, o el uso de instrumentos andinos sobre standards y no tanto. Con tal sensibilidad, virtuosismo y capacidad de improvisación que difícilmente podría tener seguidores en tal escuela: demasiado andino para los jazzeros, demasiado jazzero para los folkloristas.

Casi todos los eneros viajaba a Tilcara y solía habilitar la casona familiar, en la calle Belgrano, para reuniones de comunión musical. A la peña le puso Altitud, como se llamaba su grupo de fusión andina en París.

Un cuarto de siglo, un hijo parisiense (17 años, estudiante de música) y un divorcio después, Miguel volvió definitivamente a la Quebrada. Y se largó a hacer de Altitud un proyecto anual, un espacio de música en vivo y comidas más allá de la temporada alta, que pronto ampliará para recibir a unas 300 personas.

"No podés no hacer arte acá", dice de su tierra, con el conocimiento del lugareño y con la perspectiva de haber estado lejos mucho tiempo.

Altitud: Belgrano, a metros de la terminal

Por Daniel Flores

Diario La Nación

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